jueves, 1 de octubre de 2009

Algunas consideraciones sobre el Cambio Climático

Hernán Sorhuet Gelós*

Presentación
Uno de los temas ambientales más importantes en la actualidad es el Cambio climático, de esta forma, hemos querido presentar en este espacio una perspectiva calificada sobre ese problema. Así, seleccionamos algunos artículos que ha publicado nuestro excepcional amigo y periodista uruguayo en su columna semanal de El país de Montevideo.

En el presente texto se recogen una serie de reflexiones sobre el Cambio climático y los factores que a nivel global y local está provocando y ha incitado dicho fenómeno. El autor no se queda en una lectura reduccionista del problema, nos lleva por senderos que trascienden el nivel de lo netamente ecológico implicando los ámbitos de lo económico, político y social. Los dejamos pues con la escritura fluida de un experto y sobre todo de un excelente humanista.

¿Está ocurriendo?
Así como la tecnología nos sorprende todos los días por los permanentes avances que se logran en el terreno de la comunicación, la electrónica o la medicina, lo que ocurre en materia ambiental también está cambiando la realidad, y por ello, las reglas de juego.

Si bien en general no hemos demostrado madurez para anticiparnos a los problemas, la crisis actual precipita los hechos y acorta los plazos.

Una de las grandes diferencias que se está operando es que comienza a predominar el convencimiento de que la solución de los grandes problemas llegará de la mano de la participación de la sociedad, y no como resultado del buen accionar de algunos sectores en forma aislada.

Esta participación es mucho más que el conocido desempeño de las organizaciones no gubernamentales (Ong).

Se trata de una etapa superior porque implica avances notorios en empoderamiento, o sea, en un nuevo ejercicio del poder, basado en la toma de conciencia de la gente del poder individual y colectivo que tiene para gestionar y resolver sus problemas.

Aunque todavía no se sabe muy bien como instrumentar mecanismos que conduzcan a un empoderamiento rápido y exitoso, de cualquier manera y como ha sucedido tantas veces, estamos aprendiendo en la marcha.

Las urgencias ambientales (sociales, culturales, económicas, políticas y ecológicas) obligan a quemar etapas con rapidez.

Lo que se busca es transformar las relaciones de los grupos sociales con los sectores de poder, en todos aquellos aspectos que afectan sus vidas.

Para ello es obvio que hay que estar en los lugares donde se toman las decisiones importantes. Es la única manera de lograr una más justa distribución del ejercicio del poder dentro de la sociedad, cuyo resultado final debería ser una mejor calidad de vida para todos.

De lograrse un avance significativo del empoderamiento, la sociedad estaría en el camino correcto para alcanzar un desarrollo económico, social, ecológico e institucional duradero.

Será el resultado del sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil, el sector productivo y el funcionamiento económico. A este tentador concepto se le denomina gobernanza.

Si pensamos en el calentamiento global como un ejemplo emblemático de la grave crisis ambiental actual, es evidente que su presencia acorta los plazos y reduce los niveles de paciencia.

Es un fenómeno con una característica única y para muchos novedosa: afectará a toda la humanidad. Y aunque lo hará de diferente manera, en todos los casos será lo suficientemente grave como para movernos el piso.

¿Está consciente la sociedad que debe participar en la preparación de las medidas de adaptación y mitigación al cambio climático? ¿Cómo y cuando lo hará?

A medida que nos enteramos de nuestras vulnerabilidades y de la prospectiva del problema, urge responder esas preguntas.

En éstos días la información que recibe la sociedad sobre el devenir del calentamiento global parece abundante.

Sin embargo no es de buena calidad, porque el mensaje general que deja es que el problema está aún lejano a nuestra realidad personal y grupal. Y no se así.

Lo que está ocurriendo alerta sobre lo vulnerable que somos y lo vital que resulta reaccionar de inmediato.
(El País; Montevideo, 9 enero 2008)


Hora de actuar
Durante la histórica Cumbre de RIO’92, entre los numerosos y trascendentes temas, sobresalieron tres: la pobreza creciente, el cambio climático y el crecimiento de la población mundial. Se hizo evidente que era una contradicción hablar de “desarrollo sostenible” si la humanidad no hallaba soluciones a estos mega problemas.

Han pasado tres lustros y aquellas advertencias no sólo se confirmaron, sino que se agravaron. Una de las razones de su enorme complejidad es que son asuntos íntimamente relacionados.

Se comporta como un círculo vicioso porque la población mundial crece a un ritmo alarmante (nos encaminamos a ser 7 mil millones de seres humanos), mientras que los recursos naturales son limitados -y están muy mal distribuidos y utilizados-, y los servicios insuficientes. El resultado es: aumento de la pobreza, más marginación y mayores asimetrías sociales.

Como era de esperar, el impacto de esta realidad sobre los ecosistemas es elevado. El más amenazante es, sin duda, el calentamiento global que experimenta la atmósfera, causado por las emisiones de gases de efecto invernadero que realizan la población mundial.

Estos cambios en el clima anuncian un fuerte impacto sobre las poblaciones más pobres del globo, debido a que se producirán mayores inundaciones, sequías, huracanes, etc.

Como si esto fuera poco, paralelamente al crecimiento demográfico se registra una marcada migración de las personas del medio rural a las ciudades. ¿Por qué lo hacen? Lo hacen buscando oportunidades de trabajo, acceso a servicios básicos (salud, educación, etc.), y mayor seguridad.

Los hechos demuestran que para las mayorías estos sueños no se cumplen. Sí aumentan los cinturones de pobreza de las ciudades, la tensión social y, desde luego, la violencia.

¿Cómo enfrentar este enorme desafío? Algo está bien claro, si no nos anticipamos a lo que se vendrá, debemos esperar situaciones terribles, pues los problemas actuales se potenciarán, y surgirán otros.

Hay que estabilizar la población mundial. Al igual que una comunidad que vive en una pequeña isla, la humanidad debe tomar conciencia que vive en un único planeta -del cual no puede emigrar- y actuar en consecuencia.

En cuanto al acelerado crecimiento de las ciudades, es evidente que no hay planificación que las prepare para recibir cada día más gente. También aquí el éxito depende de adelantarse “urbanísticamente” a los hechos.

Para enfrentar el futuro necesitamos a una población mundial educada e informada. Este olvidado objetivo debe ser una prioridad, pues es la gente la única que puede transformar la realidad en los niveles que estamos planteando.

Desde el punto de vista ambiental los obstáculos a superar también son enormes. A la conservación de la diversidad biológica le agregamos lo que ya tenemos encima con el cambio climático. Sabemos que es inevitable. Depende de nosotros el nivel de gravedad que pueda alcanzar el problema, así como la mitigación y adaptación que logremos como comunidad. Tenemos la capacidad de ganar tiempo, viendo lo que vendrá, a través de la proyección de los escenarios futuros. También de preparar a los sectores más vulnerables.

Podemos mitigar los daños y efectos negativos provocados por el calentamiento global, así como prepararnos para enfrentar los problemas de la mejor manera posible. ¿Aprovecharemos esta oportunidad, o pagaremos el precio más alto?
(El País; Montevideo, 13 de febrero de 2008)


Responsabilidades diferentes
A medida que la humanidad va asumiendo la magnitud del problema que significa el calentamiento global -y su incidencia en el llamado cambio climático- algo mejoran las posibilidades de enfrentar el desafío con mejores posibilidades de éxito.

Partimos de varios supuestos aceptados mayoritariamente. El primero es que disponemos de pruebas científicas incuestionables que demuestran que los gases de invernadero liberados en enormes cantidades por la acción de los seres humanos, están calentando la atmósfera y modificando el clima.

El segundo es que el desarrollo de las actividades humanas basado en la energía de los hidrocarburos (petróleo, carbón, gas), llevado adelante durante varios siglos, fue un error que hay que corregir.

El tercero es que, ante tan grave problema, existen responsabilidades comunes pero diferenciadas. El mundo es uno solo y todas las sociedades emiten gases invernadero. Pero no cabe duda de que la contribución de los gases ha sido –y seguirá siéndolo- muy despareja. Unos pocos estados son responsables de la inmensa mayoría de la contaminación atmosférica. El resto, casi sin intervenir en la generación del problema global, padecerán los severos efectos como cualquiera; y en muchos casos, más que cualquiera, si por ejemplo consideramos a los pequeños estados insulares.

Los costes de las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático, y de la cooperación que será necesaria para tener éxito en esas estrategias –acceso a tecnologías modernas, mayor equidad en los mercados, valoración de los servicios ambientales en ecosistemas estratégicos como los grandes bosque y humedales- son aportes que le corresponde realizar a las naciones desarrolladas, porque sobre ellas recae la mayor parte de la responsabilidad en la generación del problema (son las más contaminantes).

Resulta fácil comprender que es en este punto crucial donde las negociaciones internacionales están empantanadas. Una vez más queda demostrado que se puede discutir, con racionalidad y sólidos argumentos, cualquier asunto por espinoso que resulte. Pero, si involucra “el bolsillo” de los sentados a la mesa de negociaciones, los parámetros de la discusión cambian dramáticamente, devaluándose la responsabilidad y el sentido común.
Se explica entonces lo desesperanzador que se presente la actual orientación de los esfuerzos internacionales para mitigar el cambio climático, trabajando en estrategias que son simples remiendos, como si se quisiera tratar el cáncer con analgésicos. Pensemos en el mercado de carbono, en el tibio apoyo al desarrollo de energías alternativas, en los mínimos esfuerzos de las naciones desarrolladas de concretar reducciones significativas de sus emisiones.

El cuarto es que, la lógica del mercado imperante hace muy difícil rectificar el rumbo, a pesar de los acertados diagnósticos de la situación disponibles. Esto lleva a que se imponga el análisis de la situación casi exclusivamente a través del cristal de la economía. Si las medidas, los acuerdos o las políticas propuestas son rentables, seguramente se aplicarán. De lo contrario, las naciones del mundo, así como los organismos multilaterales más influyentes, seguirán esperando “a ver que pasa”, desconociendo las severas advertencias formuladas por estudios muy serios y confiables, como el del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC).

Por lo visto seguiremos aprendiendo a los golpes.
(El País; Montevideo, 14 de mayo de 2008)


Amenaza real
Al principio se intentó desacreditar las advertencias de los científicos sobre los impactos negativos que el calentamiento global iba a tener sobre el planeta, diciendo que eran apresuradas y sin fundamentos sólidos. Luego, se cuestionó la urgencia reclamada para tomar medidas. Ahora el calentamiento global es un hecho, y la discusión está enfocada en tratar de determinar plazos, escenarios, intensidades, frecuencias y costos.

Si bien es muy importante acordar acciones para mitigar las causas del problema (emisiones de gases invernadero) a escala mundial, lo es aún más, elaborar una efectiva estrategia de adaptación nacional y regional, que nos permitan reaccionar con éxito ante las difíciles situaciones que se vienen.

Para poder anticiparnos a los hechos tenemos que conocer lo que sucederá. Recurrimos entonces a los modelos climáticos como herramientas capaces de simular las respuestas del sistema climático a diferentes situaciones. Nos permiten imaginarnos un escenario futuro, a partir de lo que ha sucedido y de las características de la región considerada. No se trata de un pronóstico sino de proyecciones basadas en variables como el régimen de precipitaciones, temperatura, vientos o ascenso del nivel del mar.

En nuestro país reconocidos investigadores como Gustavo Nagy, Mario Bidegain y Bernardo de los Santos, desde hace un tiempo estudian impactos, vulnerabilidades y posibilidades de adaptación en la zona costera a los cambios del clima, y elaboran escenarios climáticos, con el fin de saber qué está sucediendo y lo qué deberemos enfrentar, para responder interrogantes como quiénes se verán perjudicados, cuáles serán los costos de adaptación.
Desde el arranque los anuncios resultan preocupantes. Afirman que la máxima organización mundial en la materia, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), se está quedando corta en sus cálculos; los hechos avanzan más rápido de lo esperado. No estamos hablando de lo que les sucederá a nuestros hijos, sino a nosotros mismos.

Para el caso de la costa uruguaya resulta una sorpresa saber que la mayor amenaza contra su integridad no es la llegada de tormentas, vientos o el incremento del nivel del agua, sino las acciones humanas irresponsables.

Estas acciones colaterales son las que hoy provocan la acelerada pérdida de zonas de la costa uruguaya, como sucede en el balneario La Floresta. De hecho el ascenso del mar en Uruguay es menor que la media mundial. Se debe a la morfología de sus costas, al comportamiento de los vientos y a la conducta de los ríos Paraná y Uruguay, a través de sus descargas naturales.

Aunque a la hora de construir escenarios existen mucha incertidumbre, igualmente son la mejor herramienta disponible, por su nivel de credibilidad y la buena información utilizada.

Para las costas del Atlántico Sur se espera un incremento del nivel del mar, de la temperatura del aire, de la frecuencia de las tormentas severas y de las precipitaciones. Volviendo a nuestro territorio, se señala al delta del río Santa Lucía como una zona de mayor vulnerabilidad.

Queda demostrado que la producción de información pertinente y la generación de conocimiento se ha transformado en un eje clave para el presente y futuro del país.
( El país; Montevideo, 19 de noviembre de 2008)

Es el momento
El 2008 no podía finalizar peor. A las dos crisis a escala planetaria que estamos sufriendo (inseguridad energética y cambio climático) se le sumó la crisis económica y financiera que comenzó en los países más ricos.

La paradoja de esta situación tan complicada es que nuestra región no es responsable principal de ninguna de ellas y, sin embargo, ha sido arrastrada por sus efectos negativos. Deberá hacer grandes esfuerzos para mitigarlos y prepararse lo mejor posible para “campear el temporal”.

Días atrás la Cámara de Diputados de México y la Organización Global de Legisladores para un Ambiente Balanceado (GLOBE) reunieron a un significativo número de legisladores de las Américas, para analizar y discutir cómo enfrentar el cambio climático a partir de 2012 cuando finalice el Protocolo de Kioto. Pensando en quiénes toman las grandes decisiones, resulta obvio que el sector político en general y los parlamentos y congresos en particular, juegan un papel fundamental.
En ese sentido, durante los tres días del Foro Globe se destacó la nueva postura anunciada por el presidente electo Obama, como un elemento de esperanza, considerando que dirigirá los destinos de la nación más contaminante con gases de efecto invernadero, que además rechazó Kioto.

También estuvo sobre la mesa que para América Latina y el Caribe la situación actual es crítica, debido a su alta vulnerabilidad socio-ambiental.

Mientras tanto la crisis económica avanza como un tsunami cuyo peligro mayor es que nos haga perder de vista la realidad global. Por lo tanto, para que las soluciones resulten efectivas, deben ser integrales. Las tres crisis se deben atacar a la vez. De lo contrario perderemos tiempo muy valioso, malgastaremos recursos escasos, y profundizaremos el deterioro del nivel de vida de amplios sectores de la sociedad.

Cómo lograr buenos niveles de desarrollo y al mismo tiempo aplicar buenas medidas de adaptación y mitigación al cambio climático.

Por consenso se llegó a algunas conclusiones a tener en cuenta.

Como siempre se dice, las crisis ofrecen oportunidades. En este caso, se debe incorporar los objetivos climáticos y de seguridad energética como parte integral de la recuperación económica, social y ambiental que se busca.

Esta crisis ofrece un terreno propicio para reestructurar el modelo económico vigente responsable de la situación –como se plantea en la Declaración del Foro.

En ese sentido todo parece indicar que si no se toma muy en cuenta el valor económico del funcionamiento de los ecosistemas, de los ciclos naturales, etc., seguirá comprometida nuestra prosperidad futura. Pero esa valoración debe ser correctamente calculada y no como hasta ahora, donde los reales costos ambientales no aparecen en las auditorias y evaluaciones, determinando que muchas políticas y proyectos se aprueben y realicen sin advertir a priori, lo que ha sucedido tantas veces: que se socialicen las pérdidas resultantes.

Así como se está pidiendo un compromiso de los países emergentes en materia de reducción de carbono, primero las naciones industrializadas deberán dar señales muy claras en materia de cumplimiento de las metas acordadas de reducción de emisiones, de transferencia tecnológica y de financiamiento.
(El País; Montevideo, 17 de Diciembre de 2008)

Los nuevos refugiados
La llegada a nuestras vidas del cambio climático como uno de los problemas globales más impactantes obliga a analizar los múltiples aspectos que incluye. Uno de ellos en particular continúa deliberadamente postergado. Nos referimos a la migración forzosa por razones climáticas.
Se trata de una nueva categoría de migrantes. Sin embargo la resistencia a reconocerla es grande. Aunque la idea sobrevuela en muchas organizaciones, ni siquiera existe una definición aceptada del concepto. Se trata de una categoría especial de personas que por razones de supervivencia, se ven obligadas a abandonar la región o el país en el cual viven.

La ocurrencia de algún desastre natural repentino (fenómenos meteorológicos, como un huracán o una crecida) o lento (proceso climático, como desertificación, elevación del nivel del mar o salinización de la tierra) empuja a familias enteras a dejar sus hogares, donde su futuro está dramáticamente comprometido. La imposibilidad de retornar a sus lugares de procedencia puede ser transitoria o permanente.

Al no existir estas categoría esas personas desplazadas y en extrema vulnerabilidad, no tienen acceso a las ayudas previstas para los refugiados.

¿Cuál es la razón de esta resistencia a reconocer algo que parece tan obvio? Como suele suceder en temas complejos como éste, siempre existe más de una razón.

En primer lugar, si todos reconocen la posibilidad de que existan refugiados ambientales por razones climáticas, también aquí la mayor carga deberán asumirla los países desarrollados. Son ellos los principales causantes del problema, a través de sus elevados niveles de emisiones de gases de invernadero a la atmósfera. En otras palabras, las naciones incluidas en el anexo I del Protocolo de Kioto tiene una mayor responsabilidad en el asunto y, por lo tanto, es lógico esperar que asuman las obligaciones más pesada en la solución de los problemas.

En materia de refugiados ambientales las perspectivas no son nada buenas, considerando la frecuencia y magnitud de los problemas que anuncia el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).

En segundo lugar, ante este panorama se deberán modificar las políticas de inmigración, especialmente la de los países desarrollados. En ese sentido, ya se escuchan propuestas de que esos países deberían hacerse cargo de una cuota de migrantes por razones climáticas, proporcional a sus emisiones totales. Aspectos como éste ayudan a explicar porqué existe tanta resistencia a avanzar en este terreno. De hecho, hasta ahora ningún país ha querido centrar precedente aceptando la categoría de refugiado ambiental por razones climáticas.

Seguramente no es casualidad que se insista tanto desde los países desarrollados en lograr exitosas medidas de adaptación en los estados más vulnerables al cambio climático, porque asegurarían, que las poblaciones afectadas no migraran en forma masiva. Quizás por esta razón se impone la idea de que la migración forzosa por razones climáticas es un fracaso de las políticas de adaptación, cuando perfectamente podría considerarse una forma de adaptación, cuando los riesgos y las condiciones imperantes in situ llegaron a niveles inmanejables.

Como decíamos, la complejidad y dinámica del tema parecen garantizar una marcha lenta de las negociaciones, a pesar de que el tiempo apremia.
(El País; Montevideo, 27 de Agosto de 2008)

Migraciones forzosas
Nadie discute que el cambio climático llegó para quedarse. Los múltiples problemas globales que implica para la humanidad están modificando rápidamente algunas variables.

Una de las que seguramente será más impactante es la migración forzosa por razones ambientales, que producirá cantidades enormes de refugiados ambientales. Consignarlo no significa ser alarmistas sino hacer una lectura de lo que está ocurriendo, aunque existe mucha resistencia a reconocerlo.

Aunque la idea sobrevuela en muchas organizaciones, ni siquiera existe una definición aceptada del concepto. El refugiado ambiental es una categoría especial de personas que por razones de supervivencia, se ven obligadas a abandonar la región o el país en el cual viven. La ocurrencia de algún desastre natural repentino (fenómenos meteorológicos, como un huracán o una crecida) o lento (proceso climático, como desertificación, elevación del nivel del mar o salinización de la tierra) empuja a familias enteras a dejar sus hogares, donde su futuro está dramáticamente comprometido. La imposibilidad de retornar a sus lugares de procedencia puede ser transitoria o permanente.

Al no existir aún esta categoría esas personas desplazadas y en extrema vulnerabilidad, no tienen acceso a las ayudas previstas para los refugiados. A pesar de las evidencias, parece no haber apuro en los organismos internacionales por solucionar el tema.

Reconocer la existencia de refugiados ambientales por razones climáticas, también implica poner la mirada en los grandes responsables del problema: los países desarrollados. Se sabe que son ellos los principales causantes del problema, a través de sus elevados niveles de emisiones de gases de invernadero a la atmósfera. En otras palabras, las naciones incluidas en el anexo I del Protocolo de Kioto tiene una mayor responsabilidad en el asunto y, por lo tanto, es lógico esperar que asuman las obligaciones más pesadas en la solución de los problemas.

Mientras tanto, el futuro de los refugiados ambientales cada vez se presenta peor, considerando la frecuencia y magnitud de los problemas que anuncia el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC).

Si se reconociera el problema y se aceptaran las responsabilidades, una de las primeras consecuencias debería ser que los países desarrollados modificaran sus políticas de inmigración, referente a esa nueva categoría de excluidos. En ese sentido, ya se escuchan propuestas de que esos países deberían hacerse cargo de una cuota de migrantes por razones climáticas, proporcional a sus emisiones totales. Aspectos como éste ayudan a explicar porqué existe tanta resistencia a avanzar en este terreno. De hecho, hasta ahora ningún país ha querido sentar precedente aceptando la categoría de refugiado ambiental por razones climáticas.
Mientras tanto, no es casualidad que se insista tanto desde los países desarrollados en lograr exitosas medidas de adaptación en los estados más vulnerables al cambio climático, porque ayudaría a que las poblaciones afectadas no migraran en forma masiva. Mientras tanto aumenta la vulnerabilidad de millones de personas. La reacción tardía a estos fenómenos inminentes solamente agravará las consecuencias negativas en cantidad e intensidad.
(El País; Montevideo, 1° de Julio de 2009)

* Periodista ambiental uruguayo. Escribe en el diario El País de Montevideo.

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